TAILANDIA


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Un exotismo romántico y aventurero

Por / Fotos Patrick Monney

Envuelto en la magia de las emociones tropicales y las sensaciones exóticas, Tailandia es un mundo de perfumes y aventuras.

Entre los arrozales, rodeado por elefantes, navegando en el Mekong o admirando el mar; descubro ese sueño de pasiones, sensaciones y una experiencia gourmet fastuosa.

Bangkok.

Es una ciudad misteriosa e intrigante. Antigua capital del reino de Siam, ésta es una metrópoli tumultuosa. Comienzo mi recorrido con un paseo por el río Chao Phraya, a través del cual admiro la Estupa Wat Arun, el Museo de la Barca Real y los viejos canales del siglo XVI en Thonburi, con mercado flotante. Desembarco en Ratanakosin y visito el Gran Palacio, residencia del rey durante 150 años, que es un verdadero festín de colores hecho con mosaicos, espejos y figuras de piedra de: guardianes, budas y demonios.

Visito después el Wat Phra Kaew, santuario del Buda Esmeralda de poderes sobrenaturales, que está rodeado por más templos, estupas doradas y jardines. Descubro la Gran Residencia, el templo de la Plaza Real, el templo del Alba –con su torre de 84m– y el Wat Pho –el más antiguo de todos (siglo XVI)–; y que me hace recordar a los difuntos ilustres al lucir el inmenso Buda Reclinado cubierto de oro. Con el Sky Tren, alcanzo Mo Chit para vagar en el fascinante mercado Chatuchak o Week End Market.

Luego, me aventuro, no sin riesgo, en el Tuc Tuc (taxi-moto) para visitar China Town, el mercado de noche o Lumpini Night Market, con sus restaurantes callejeros y sus puestos insólitos; el camino Khaosan con su ambiente mochilero, Wat Suthat y Wat Rajnadda. Voy hacia la casa de Jim Thompson, al Dusit Palace –con su construcción de estilo europeo, rodeado por un jardín– y la Vimanmek Mansion –la casa de té más grande del mundo–. Completo la visita con Ban Kamthieng, Kukrit’s Heritage Home, Suan Pakkad Palace y los museos: National Museum, con su colección de arte Thai; el museo de Siam y el King Prajadhipok Museum.

Después, para descubrir al Buda más grande del mundo, llego a Wat Traimit. Como es el fin del día, ceno a la orilla del río, en la terraza del Sala Rim Naam del Hotel Mandarin Oriental, para regocijarme de un buffet Thai con baile tradicional.

Al otro día, cerca de Bangkok, alcanzo el Palacio de Verano Bang Pa-In, donde se descubren elegantes edificios rodeados de agua. Originalmente construido en 1632, fue restaurado al final del siglo XIX y presenta un soberbio pabellón flotante, un edificio de estilo chino hermosamente decorado y casas de estilo colonial que realmente valen la pena conocer.

Navegando por el canal, llego a la antigua capital Ayuttaya, cuyos monumentos y estupas deslumbran por su arquitectura y delicadas estatuas de Buda. Disfruto la comida Thai en el Baan Khanitha, para después recorrer los centros comerciales y asistir al espectacular show Siem Niramit. Bangkok nunca duerme y las noches invitan a descubrir restaurantes y bares insólitos.

Chiang Rai y el Triángulo de Oro.

En Chiang Rai, del aeropuerto hacia el hotel, atravieso arrozales y entro a un bosque de bambú que me deja en una lujosa y pequeña cabaña a la orilla de un río; ese fabuloso recinto que se hace llamar Four Seasons Tended Camp.

Después de una deliciosa cena, con refinada cocina local y varias actividades en el hotel, me dirijo al río Ruak donde navego hasta el Mekong, dentro del mítico Triángulo de Oro; lugar donde transitaba el tráfico del opio. Éste, es el encuentro de 3 países: Tailandia, Laos y Birmania.

Con casinos y hoteles, Mekong se adorna de templos y estupas, mientras monjes circulan por las calles de Chiang Saen, rodeada por la antigua muralla. Admiro un centro de adoración con campana y figuras de Buda, un santuario alojado sobre una colina y el colorido mercado de frutas y orquídeas. Todo para cerrar con un hermoso atardecer sobre el río Mekong, al pie del imponente buda dorado.

Salgo de ahí fascinado por el Museo del Opio, que explica la manera en que se producía la droga y su establecimiento como uno de los comercios más importantes del siglo XIX y XX. Me siento como un personaje dentro de una película histórica.

Quedo también sorprendido de la etnia Karen y las Padaung –o mujeres jirafa – , quienes se colocan anillos de bronce alrededor del cuello desde una edad temprana, para hacerlo crecer, con un máximo de 32 anillos, hasta un largo capaz de alcanzar los 30 cm; signo de belleza. Originarias de Birmania, las Padaung se refugiaron en Tailandia para escapar de la persecución del gobierno militar, que quería hacer desaparecer esa costumbre. Éste no es un ritual cualquiera, pues, como consecuencia del alargamiento, las mujeres jirafa pierden la función muscular capaz de sostener la cabeza, por lo que, al quitarse los anillos, se pueden asfixiar.

Luego de esta historia y después también de gozar días tranquilos en uno de los más bellos paraísos inventados por el hombre, recorro los 183 km hasta llegar a Chiang Mai. En medio de verdes colinas, visito el increíble templo blanco Wat Rongkhun, decorado por figuras y espejos, manantiales calientes e interminables arrozales.

Chiang Mai, la antigua y elegante capital.

La vista de un valle rodeado por montañas de lo que es mi hotel –el Four Seasons Chiang Mai–, me proporciona paz y, dentro de ese exótico escenario, logro figurar mis pensamientos idílicos.

Paseo por el invernadero de orquídeas con su festín de colores y por la aldea Ta Tong, con sus mujeres jirafa. Incursiono en las montañas de Mae Hong Son, donde descubro pueblos típicos de los Akha, Hmong o Lisu y visito, igualmente, el parque natural de elefantes. Llego a Chiang Rai, antigua capital del reino Lanna y fundada por el rey Mengrai en 1296. La descubro rodeada por una muralla con puertas monumentales y protegida por un foso de agua.

Ocupada por los birmanos, cayó en manos del reino de Siam en 1774. En el centro antiguo, visito algunos de los 300 templos surgidos del pasado: Wat Phrathat Doi Suthep, el más antiguo situado en un lugar escogido por un elefante –según cuenta la leyenda–; Wat Chiang Man, que contiene dos imágenes veneradas de Buda; Wat Phra Singh, que data de 1345 con su arquitectura típica y su Buda sagrado; Wat Chedi Luang, con su inmensa estupa dañada por terremoto; mientras que Wat Ched Yot, Wiang Kum Kam, Wat U-Mong y Wat Suan Dok se manifiestan como otros de los templos de bella arquitectura y fascinante misticismo.

Paso momentos inolvidables en el bazar nocturno, donde compro artesanías o antigüedades, degusto la cocina típica, compro fayuca y observo la vida intrigante de la gente. Las noches nunca duermen, los bares se alimentan de las voces que se mezclan con la música y bailes tradicionales, al tiempo que las discotecas se infiltran por el mundo occidental.

Los monjes con sus trajes anaranjados veneran las figuras de Buda, pasean por los templos y monasterios decorados y envueltos en incienso, vibrantes por los rezos que se elevan al nirvana.

Chiang Mai me hace viajar en el tiempo dentro de lo auténtico de un país que vive al ritmo del futuro, pero con la mirada hacia el pasado y la religión.

Koh Samui, una isla con sabor a canela.

Aterrizo en la joya del golfo de Tailandia: la isla tropical Samui, perla en un mar de jade y turquesa.

Me instalo en el Four Seasons Koh Samui, un sueño idílico con sabor a canela y olor a vainilla. Un aroma del cual me desprendo hasta la mañana siguiente, para abordar el barco que me

llevará al parque nacional marino Mu Ko Ang Thong, donde veré más de 40 islas con acantilados rocosos que caen abruptamente al mar de jade y playas de arena blanca.

Al llegar, buceo en un arrecife donde observo peces y corales de distintos tonos. Luego, en kayak, exploro las cavernas acuáticas y navego entre islas con acantilados cubiertos de vegetación, hasta alcanzar la hermosa isla de Ko Ko. Un camino me lleva a su cima, con una vista sobre un suntuoso paisaje creado por los dioses, compuesto por ínsulas de formas extravagantes; playas de arena blanca; el mar –pintado por azules que se transforman en turquesa –; un lago interno de color esmeralda y rodeado por muros rocallosos; así como pájaros que animan este nirvana. Cansado de mi día, en el atardecer, disfruto de una cena en el hotel.

Al otro día, rento un Jeep para dar la vuelta a la isla y descubrir sus rincones escondidos. Entre ellos, quedo fascinado por sus hermosas playas, como Mae Nam; Bo Phut con su pueblo encantador de tiendas y restaurantes; Choeng Mon, todavía virgen; Chaweng, con 3 km de arena blanca bordeados de bares y palenques de boxeo tailandés; la pequeña playa de Chaweng Noi; Lamai, muy concurrida con sus extrañas formaciones rocosas Hin Ta y Hin Yai. Sigo hacia Hua Thanon, una playa tranquila con un pueblo de pescadores musulmanes donde visito el acuario; así mismo, alcanzo el Bang Kao, magnífica playa desierta; Bang Thong Krut, en el extremo sur con cabañas de pescadores y una sorprendente pagoda a la orilla del mar. Me deleito con Laem Phang Ka, una reducida bahía desierta, rodeada de vegetación exuberante y famosa por sus puestas de sol. Esta isla ofrece puertos tradicionales, restaurantes a la orilla del mar, pueblos invadidos por los turistas y otros más que conservan su sabor auténtico, templos y cascadas.

Ya hacia la punta norte, visito el Big Buddha dorado, que se refleja en las aguas tranquilas del manglar para elevar los rezos hacia el cielo, transmitiendo paz y meditación; rodeado por monjes del monasterio.

Tailandia conquista e intriga, deslumbra mientras hechiza con exotismo y contrastes. Con sabor tropical romántico, me sumerge en la historia del fabuloso reino Siam mediante sus imponentes edificios y un mundo mítico budista. Éste, es un reino de emociones y sensaciones, de erotismo y esoterismo; una perfecta invitación a un viaje idílico.